jueves, 7 de mayo de 2009

Aristócratas impunes

Rafael Loret de Mola
Analista político

Distrito Federal– La nueva aristocracia mexicana no requiere de títulos nobiliarios para acrecentar dominios e influencias. Sólo eso les falta en consideración a las encendidas normas republicanas que conforman nuestra Carta Magna. Por lo demás, cuentan con privilegios de toda índole, en lo financiero y lo político sobre todo, bajo el manto de un presidente que mantiene sus poderes fácticos a pesar del acotamiento de su figura. El decantado cambio sólo arrojó sobre el escenario nacional una mayor dosis de impunidad para proteger a la casta de intocables.

En una democracia madura, esto es en donde de verdad la influencia mayoritaria determina la conducción política e incluso la administración de la justicia, no cabrían pretextos ni justificaciones para preservar la impunidad a favor de las ex primeras familias que, a la sombra del poder central acapararon recursos y prebendas, con descaro además, a lo largo de cada sexenio. Mucho menos se daría un ejemplo de cinismo rampante, tan descarado y provocador además, como el que deviene de los Fox, ella y él naturalmente, en el uso del chantaje y los valores entendidos. Ante esta circunstancia los mexicanos quedamos, una vez más, en estado de indefensión.

En ninguna otra nación, ni siquiera las que observamos retrasadas con respecto a nuestro entorno, la familia Bribiesca Sahagún podría ostentarse, como lo hace, a pesar de la contundencia de las denuncias en su contra y la demostración fehaciente sobre la manera como traficaron con sus influencias para enriquecerse gracias a la tutela de la Presidencia. Y eso que apenas se han descubierto algunas hebras de la extensa madeja de la corrupción galopante que enseñoreó el malhadado sexenio de la demagogia exultante.

Recuerdo haber sostenido una conversación, en Celaya, con el doctor Manuel Bribiesca Godoy, el veterinario que casó en primera nupcias con la señora Marta del cuento, a finales de 2003. Entre otras cosas le señalé los riesgos que podrían estar corriendo sus hijos al desarrollar negocios poco claros y utilidades excepcionales, más por el estatus reflejo que por su capacidad:

–¿No temes, Manuel –le pregunté–, que al finalizar el sexenio la cacería principal sea contra ellos?

Bribiesca escuchó, perdiendo la habitual sonrisa, y sentenció al fin con un aire inocultable de angustia:

–¿Y qué puedo hacer si viven deslumbrados por el poder de Los Pinos?
No puedo confirmar si aquella fue una respuesta auténtica o una salida en falso. Me inclino por lo primero a sabiendas de los tragos amargos constantes que debió pasar el ex marido de la señora y que sólo pudo asimilar presentándose, ante propios y extraños, como un misógino insoportable. Con ello, acaso, se justificaba a sí mismo por haber habilitado a un personaje tan negativo, quien fue su consorte, hacia la vida pública.

–Con todo lo que se ha dicho –continué–, ¿alguna vez le levantaste la mano a tu mujer?

Tras el pesado silencio que duró unos segundos en los que el parpadeo de Bribiesca se aceleró notoriamente, respondió:

–Bueno... ¡sólo una vez se me fue por la escalera!

La anotación, desde luego, encenderá la ira, con razón, de las defensoras de los derechos femeninos que han declarado la cero tolerancia en materia de violencia de género. Pese a ello, cabe anotar, no parecen disminuir los asesinatos y los graves incidentes hogareños. ¿No será que se persiguen la consecuencias sin atajar los orígenes del mal? Pero, claro, esta reflexión nos obligará a ampliar criterios al respecto, desmenuzando algunos casos significativos, en fecha próxima.

Por hoy, centrémonos en los escándalos de la ex primera familia aunque en realidad hayan sido dos: los herederos de Fox y los de la señora Marta que no llevan el apellido del guanajuatense pero si gozaron de las prebendas inmensas de la Presidencia y, sorbe todo, de la desatada influencia de la primera dama que acabo cubriendo buena parte de los espacios que dejó vacíos la ausencia de carácter de Vicente.

Debate— A finales del mismo año de 2003, luego de la aparición de ‘Marta’ –Océano–, y el escándalo desatado por la desproporcionada reacción de la casa presidencial –en lugar de la catarsis habría sido preferible que los Fox respondieran a los argumentos de fondo sin perder los papeles–, el inteligente alcalde de una urbe guanajuatense, recibió la visita de varios de los miembros de la insondable familia Bribiesca Sahagún quienes se instalaron en la casa oficial de San Miguel de Allende, esto es la reservada para el jefe del Estado, en el corazón de la ciudad colonial. (En otra ocasión nos referiremos a estas propiedades cuyo costo no justifica mantenerlas para las raras ocasiones en las que se usan).

Los felices e intocables personajes no se dieron abasto. Comieron a placer, convertido los custodios del Estado Mayor en garroteros de cinco estrellas, y bebieron el mejor de los vinos de la Ribera del Duero. Sin límites, naturalmente, entre el jolgorio de los niños, nietos de Marta, a quienes también vigilaban los selectos guaruras. Un cuadro que, por sí, devela la profunda descomposición moral y política que el poder propicia.

El hecho es que, a los postres, Manuelito, el junior primogénito, abrió fuego:

–¿Quieres hacer obras, en serio? Aquí nos tienes a nosotros. –le dijo al edil en cuestión–.

El trato era muy sencillo: aceptar la tutela de estos personajes, con su enorme capacidad de gestión, contratando a determinadas empresas constructoras. Los casos, desde luego, se multiplicaron por toda la República. El alcalde de referencia, según me confió cuando confirmé la versión expuesta, optó por negarse a secundar los proyectos ambiciosos de los intocables. Es más, se dijo asqueado si bien entonces poco podía hacer sin que ello estribara un suicidio político. Pues bien, terminó sus funciones como presidente municipal y ahora forma parte de la bancada panista en el Senado. Tiene una estupenda oportunidad para vindicar los sonoros reclamos de una ciudadanía cansada de simulaciones y lugares comunes.

Como él, no son pocos los panistas relevantes que conocieron atestiguaron e incluso siguieron las secuelas de historias paralelas. Y, pese a ello, ninguno, hasta este momento, se ha atrevido a actuar con fidelidad hacia la propia conciencia. Más bien, dolorosamente, han optado por seguir las lecciones legadas por el priísmo hegemónico: simular para proteger al correligionario tapando el sol con un dedo.

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