miércoles, 19 de agosto de 2009

Del Festival de Música de Cámara de San Miguel de Allende

Cambio de Michoacán
Rogelio Macías Sánchez

El fin de la semana pasado, de jueves a sábado, estuve en San Miguel de Allende, en su XXXI Festival de Música de Cámara.

Indudablemente es el foro mexicano más importante de ese género de la música clásica, el más íntimo y personal de los compositores.

Dicen que el arte es una religión e indudablemente San Miguel de Allende es un centro de peregrinaje a donde algunos devotos de la música de cámara nos damos cita cada año por estas fechas para rendir tributo de admiración agradecida a esos artistas, autores e intérpretes, que tanto enriquecen nuestro espíritu con la nobleza de su arte. Este año, los oficiantes fueron el Cuarteto Júpiter, el Cuarteto Haven y Natasha Tarásova.

La tarde del jueves 13 de agosto el concierto fue en el Monasterio de Nuestra Señora de la Soledad, edificación benedictina situada a unos 20 kilómetros de la ciudad. El Cuarteto Júpiter, de jóvenes norteamericanos muy bien educados en la música, de gran entusiasmo y coraje, y con un gran sentido interpretativo, nos ofreció un programa variado y atractivo.

Lo primero fue uno de los cuartetos más desconcertantes e innovadores de Beethoven, el número 6, el último de los llamados "tempranos", que a pesar de ser una obra "clásica" y dentro de los patrones haydinianos, tiene un último movimiento nombrado La malinconia, que es romántico por su ruptura con las formas consagradas y por su capacidad de expresión emotiva y es moderno por sus cambios de ritmo y armonías tan extraños. Como alguien dijo, es música bipolar.

Vino después una pieza moderna (2002), el Cuarteto de cuerdas No. 5 del autor canadiense Sydney Hodkinson. Es una pieza compleja en dos movimientos, dinámica y atractiva, para nada cansada o aburrida, que en una interpretación enérgica como la del Cuarteto Júpiter, nos reconcilia con la música contemporánea.

El programa cerró con un "caballito de batalla" para ese festival, el Cuarteto americano de Dvorák, tan romántico, tan sentido y escuchado. Fue muy bien ejecutado y generó emoción sincera en el público asistente, pero no de la intensidad que las dos primeras obras.

Regresando a la ciudad, rápidamente me apersoné en el auditorio de la Escuela de Bellas Artes, donde se ofrecería un concierto gratuito con el Cuarteto Haven, también de los Estados Unidos. Abrieron con el Cuarteto No. 19 de Mozart, llamado Disonancias precisamente por no sonar bien para los usos de la época, es decir, es romántico y moderno. Anímicamente, esta obra iba muy bien con lo escuchado por la tarde y fue lo único a lo que me quedé. Fue una buena experiencia que cerró muy bien el día musical.

Al día siguiente, el viernes 14 de agosto, el festival regresó a su casa, el Teatro Ángela Peralta, en el centro de la ciudad. Volvió el Cuarteto Júpiter con un programa que fue el corazón de este festival. Primero tocaron el Cuarteto No. 2 de Mendelssohn, clásico y sentido, pero permeado todo, particularmente el tercer movimiento, el Intermezzo, de esa sensación de magia y sobrenaturalidad a la que nos acostumbró Mendelssohn desde su juvenil obertura a Sueño de una noche de verano.

Siguió una obra muy breve pero que contiene una enorme cantidad de música, tristeza infinita y emotividad e intensidad extremas: el Cuarteto No. 7 de Shostakovich, compuesto en 1960 a la memoria de su esposa muerta en 1954, lo que había sido para él un golpe devastador. La música lo dice todo y no hay por qué ni cómo yo diga más.

Cerraron con el Cuarteto No. 8 de Beethoven, el segundo de los llamados Razumovsky, que se inscribe en los conocidos como "intermedios" de su producción. Es una de las cumbres de la literatura cuartetística universal, producto de un genio maduro, consciente de su condición, sin concesiones a la ligereza, todo él, mensajero de una ideología que en su momento era heroica pero serena.

Si en el primer concierto lo que me impresionó del Cuarteto Júpiter fue su energía y coraje, en este segundo fue su enorme capacidad interpretativa, ajustando plenamente su modo al sentido de cada obra y el sentimiento de cada autor.

El sábado 15 de agosto el Cuarteto Júpiter cerró el festival con un programa que incluyó cuartetos de Haydn y de Shostakovich y el Quinteto de piano de Schumann, acompañándose de Natasha Tarásova. Claro que estuve ahí, pero aquí cierro mi entrega, pues la limitación de espacio que ahora tenemos los colaboradores de Cambio de Michoacán, por la crisis, me detiene a seguir. Quizá termine en otra ocasión. Hasta la próxima.

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