miércoles, 2 de diciembre de 2009

La Igualdad y la Política Urbana

Enrique Peñalosa

El eje de la historia es la búsqueda de la igualdad. El origen de la civilización podría buscarse en conceptos de igualdad.

Las revoluciones de los últimos siglos tienen en común la búsqueda de una mayor igualdad: la revolución francesa, las guerras de independencia, las revoluciones comunistas. Ahora, en la era del poscomunismo, en que la estatización de la economía deja de ser un camino deseable para mejorar la distribución del ingreso, las políticas urbanas ofrecen unos instrumentos poderosos para construir sociedades igualitarias y amables para todos.

Con el colapso del comunismo hay una ruptura abrupta con más de 100 años de historia, en los que se identificó la mayor igualdad con mayor intervención del estado en la economía. Ahora está claro que la administración pública de los recursos de la sociedad es ineficiente y casi siempre inconveniente. Prácticamente todas las naciones coinciden en que el interés general se favorece con la administración de la mayoría de los recursos a través de la propiedad privada, es decir, con el sistema capitalista. Se produce más, con mejor calidad y a un menor costo. Sin embargo, el sistema capitalista, por definición, genera desigualdades. ¿Significa eso entonces la terminación de la búsqueda de una mayor igualdad, que podría rastrearse en los orígenes del cristianismo? No nos hemos resignado a la desigualdad. Sin embargo, por momentos pareciera que los proponentes de una sociedad más igualitaria han quedado sin proyectos en la era del poscomunismo.

La estatización ya no es opción y los impuestos como instrumentos de redistribución del ingreso no pueden salirse de los patrones internacionales, en un mundo cada vez más integrado, puesto que los inversionistas migrarían a otras partes, y con ellos el empleo y la riqueza que crean. Incluso, la distribución del ingreso deja de ser el criterio más importante para medir la equidad de una sociedad. En parte, porque no hay mecanismo realmente efectivos para mejorarla; y también, porque quien tiene un gran capital no puede consumir sus ingresos. Sus recursos están invertidos, generando empleo y riqueza para la sociedad. En la práctica, el capitalista grande es solo un administrador de recursos de la sociedad. Más relevante sería la distribución del consumo. Pero en nuestra era de consumismo enfermizo, el nivel de consumo está cada vez menos relacionado con la felicidad.

Si no estamos hablando de igualdad de ingresos, y ni siquiera de consumo, ¿a qué igualdad nos referimos?, a la que se hace referencia con frecuencia, que colocaría a todos los niños en el partidor con la misma nutrición, las mismas facilidades educativas y de recursos para su desarrollo físico e intelectual. Habría entonces unos “ganadores” y unos “perdedores”. Es, por supuesto, deseable que todos los ciudadanos compitan en condiciones de igualdad, así en la práctica sea una meta difícil de alcanzar. Pero más allá de eso, la meta es garantizar a todos los ciudadanos un bienestar mínimo, independientemente de que sean “ganadores” o “perdedores”.

Más allá de construir igualdad de oportunidades para competir, se trata de construir una igualdad de condiciones para acercarse a la felicidad. Más que la distribución de la riqueza, lo que importa es la distribución de calidad de vida, y muy especialmente aquella de los niños. Se trata de garantizar a todos y, en particular a todos los niños-hijos de “ganadores” o no-, posibilidades plenas de desarrollo de su potencial y el disfrute de la vida.

Concertación entre equidad y calidad de vida

No es posible a corto plazo que todos los ciudadanos disfruten de consumos privados de lujo. Pero es posible lograr que tenga acceso a bienes y servicios públicos de excelencia. La igualdad que importa no es la referente a consumismos materialistas, sino principalmente aquellas que incida sobre la felicidad de los niños. Es irrelevante que unos tengan autos de lujo, casas grandes o joyas. Esos son bienes que no interesan a los niños y no inciden sobre su felicidad. Interesa, en cambio, que todos los niños tengan, además de sus necesidades básicas acceso a los mismos colegios de calidad, espacios de juego, campos deportivos, zonas verdes, playas, bibliotecas, oportunidades para aprender música o nadar.

La propuesta se concreta en algo aparentemente elemental: un compromiso a fondo con la aplicación del principio de la prevalencia del interés general. Lo que en apariencia es un principio democrático básico, que se deriva de la igualdad de todos ante la ley, pero que en nuestra organización social se incumple en innumerables casos. De aplicarse, por ejemplo, los ciudadanos más pobres no tendrían necesidad de buscar solución a su necesidad de vivienda en barrios piratas en lugares inadecuados, mientras fincas bien ubicadas alrededor de la ciudad se mantiene como potreros especulativos. El principio de la prevalencia del interés general sobre el particular es muy poderoso. Por sí solo define y mide el grado de democracia de una sociedad. El ámbito de lo urbano ofrece oportunidades para concretarlo y construir una sociedad más justa, integrada y feliz.

El transporte es ejemplo. Cuando solamente el 15 por ciento se moviliza en automóvil particular, la mayoría de las inversiones públicas para aliviar trancones tienden a ser regresivas. Utilizan recursos que podrían destinarse a necesidades más importantes y urgentes de los más necesitados, para favorecer a los grupos de mayores ingresos. Más aún, restringiendo severamente el uso del automóvil, por lo menos a las horas pico, se favorecerían a más de 80 por ciento que usa bus o bicicleta para su transporte diario. Se reduciría su tiempo de transporte debido a la reducción del tráfico; soportaría menos ruido: menos contaminación; menos riesgo de que sus niños sean atropellados; menos vías rápidas que separan vecindarios y deshumanizan los barrios. Se ahorrarían recursos de inversión y mantenimiento vial, que podrían destinarse a inversiones que favorezcan a los más pobres. Si para enfrentar los trancones se hacen más inversiones en infraestructura vial, se profundiza la desigualdad; si, en cambio, se retiran todos los vehículos de unos carriles para destinarlos en exclusividad a sistema tipo Transmilenio, se construye equidad. Evitar un desarrollo urbano de suburbios tipo estadounidense también es importante para construir equidad. Una ciudad suburbanizada, con baja densidad poblacional, hace imposible ofrecer transporte público de alta frecuencia y bajo costo. Es excluyente porque el automóvil particular es indispensable para tener movilidad y dejar varados a quienes no disponen de uno, por su nivel de ingresos, su edad, o alguna incapacidad. Mientras que las inversiones viales tienden a ser regresivas, aquellas en espacio público peatonal son lo contrario. Porque mientras que los de mayores ingresos tienen múltiples opciones para su tiempo libre, la única alternativa a la televisión que tienen los más pobres es el espacio público. Vías peatonales, parques, alamedas, andenes amplios, ciclorutas, senderos rurales, construyen igualdad.

A corto plazo, unos grupos se sentirían perjudicados. Sin embargo, con una perspectiva de más largo plazo, estaríamos en camino de construir una sociedad no solo más justa, sino también más próspera y amable.